lunes, julio 18, 2011

Lo que la lluvia se llevó

Lo que la lluvia se llevó

Publicado en la sección QRR de Milenio Diario el 15 de julio de 2011.

Texto: Miriam K. Nales

Un jueves por la noche en que llovió sin parar en Ecatepec, las aguas invadieron la casa de Fernando. A la mañana siguiente faltó a su trabajo al sur de la Ciudad de México; no había forma de salir ni de entrar por la zona limítrofe.
Foto: René Soto

Fernando volvió a trabajar el lunes después de barrer el agua todo el fin de semana. La casa quedó húmeda y sucia, los muebles estropeados. No acudió a votar en las elecciones.

Los días posteriores se volvieron críticos: incrementaron los precios en utensilios básicos. Las cubetas de plástico a 45 pesos, botes de pintura a 85, llenar la cisterna de agua potable, cien (siendo un servicio gratuito). Algunos oportunistas buscaban hacer su agosto con la tragedia.

Los vecinos hicieron largas colas para recibir el apoyo gubernamental. También llegaron dádivas “que les mandaba el diputado”.

La familia esperó una ayuda económica para resarcir sus daños materiales. Sedesol les entregó leche en polvo y vales de máximo diez mil pesos para ropa y muebles con fecha límite de canje al 31 de julio; algunos se extienden hasta el mes siguiente pero son admitidos sólo en una cadena de supermercados.

Fernando y su familia se abstuvieron de votar debido a que la casilla asignada se encontraba muy lejos de su vecindario; los militares transportaron a algunos electores en lanchas.

En las colonias aledañas al río, el agua ha quedado estancada y pantanosa. Emana un olor fétido que se percibe desde la salida del Metro Río de los Remedios hasta varios kilómetros a la redonda. La humedad cala en todo momento, más aún si se trata de un día soleado. Las casas conservan en las puertas gruesos costales de tierra para obstaculizar la inundación. En las inmediaciones, las grúas extraen los escombros y la basura sobre el pavimento cuarteado.

Un grupo de paracaidistas tomó los bordes del río como alternativa de vivienda y ha formado pequeños vecindarios. Una de ellos es doña Chole, que proviene de Michoacán. Desde hace tres años habita una choza improvisada con cartón y lonas electorales donde aparecen por igual las caras sonrientes de Luis Felipe Bravo Mena o Eruviel Ávila. No es más que una modesta construcción sobre la tierra con una pequeña cocina al fondo y unos colchones a modo de cama, sin servicios básicos. Las moscas pululan por doquier. Sus niños juegan sobre el lodo sin inmutarse.

Al igual que sus vecinos, doña Chole y su marido se dedican a fabricar y vender muebles artesanales de madera. Ella funge como ama de casa y vendedora. Su traje típico con falda floreada de algodón y huaraches evidencian sus raíces autóctonas. Revela que ha recibido poca ayuda y que ningún candidato ofreció una propuesta para impedir los desastres que provoca el desbordamiento del río año con año.

El problema de la inundación no termina ahí ni para Fernando ni para los paracaidistas michoacanos. Quien asuma el poder tendrá que demostrar que la confianza se gana con algo más que despensas… y sonrisas frente a una cámara

Un mes después

Nuestra última fotografía en mayo de 2011.

Mi nena hermosa, mi madre murió hoy a las 5:30 a.m…”. Palabras como éstas que llegan mediante un SMS te cambian la vida, te rompen en pequeños pedazos que van quedando esparcidos en el tiempo y la geografía. Sábado de junio de 2011, acababa de llegar a la ciudad de Monterrey desde el Distrito Federal. Esa mañana abrí la cortina de la ventanilla del autobús en que viajaba, volví a ver las sierras áridas, el imponente Cerro de la Silla y las cactáceas cuando mi madre me avisó del fallecimiento de mi abuela en Torreón. El verano apenas llegaba y ya nos la había arrebatado.

En un lustro de ausencia por Nuevo León las cosas pueden cambiar mucho. Entonces nadie hablaba de balaceras, secuestros, Zetas y otras atrocidades. Esa misma semana habían asesinado a dos escoltas del gobernador Rodrigo Medina y a su vez circulaba una sobrecogedora noticia que advertía que en Monterrey se cometía un asesinato por hora. Unos días antes varios cuerpos quedaron diseminados por diferentes puntos de la ciudad. ¿Por qué había llegado ahí, a pesar de esas negras circunstancias? La boda de un amigo de la infancia me hizo querer sentirme temeraria. Mi destino final era el pueblo de Santiago, donde en agosto de 2010 fue ultimado el alcalde Edelmiro Cavazos Leal. “Como nosotros ya estamos acostumbrados pues ya no nos asustamos”, decía con seguridad mi amigo, que me contaba del caos urbano y de cómo los narcobloqueos le impedían el paso para salir a trabajar.

Mi abuela no había fallecido a consecuencia del narcotráfico, aunque perder a un ser querido provoca un sentimiento de orfandad en medio de tiempos bélicos; a ella la había vencido el cáncer de mama, al igual que a su hija mayor Bertha Alicia en 2009 y la cantante de Santa Sabina, Rita Guerrero.

A cuatro horas de distancia se encontraba mi familia organizando el sepelio en un Torreón no menos violento que su hermana norteña. Ambas ciudades ocupan los encabezados por sus noticias sangrientas. Algunos regios ironizan: “Estamos de moda”. El refulgente sol y el intenso calor húmedo me sofocaban y hacían que mi mente fuera un mar de ideas contradictorias. Recordaba el pasado y pensaba en el presente y el futuro simultáneamente. Mi abuela se había ido y yo no encontraba la forma de regresar a Torreón inmediatamente sin encontrarme a unos matones en el camino.

Mi abuela Abigail había nacido en Zacatecas en 1931, el mismo día que yo, con 53 años de diferencia. Emigró a Torreón con su madre y sus tres hermanos tras la muerte de su padre dentro de una mina. Dudo de que mi bisabuela haya recibido una indemnización o apoyo gubernamental como los deudos de Pasta de Conchos. Sus lazos familiares en Zacatecas se perdieron para siempre.

En la década de los treinta Torreón aún era joven y próspero, el cultivo del algodón se encontraba en su mayor auge, razón por la cual una diáspora de zacatecanos, duranguenses, potosinos y hasta extranjeros fueron a echar raíces en la ciudad del “oro blanco”.

Abigail estudió hasta la secundaria, se enseñó a nadar en el Canal del Coyote, uno de los brazos del río Nazas que se transformó en el Bulevar Constitución con el paso de los años; trabajó cosiendo guantes de béisbol y, como muchas adolescentes de la época, buscó en un temprano matrimonio el fin y no el medio. A los diecisiete años procreó a su primera hija y después vendrían siete más. Cuando murió su madre ella tomaría las riendas de la familia con un carácter rígido, religioso y autoritario. De igual modo sus hijas asumieron un papel demasiado independiente dado el tiempo y la ciudad en que vivían. A mí me educó de una manera severa en mi infancia, y hubo ocasiones en que llegué a temerle. Nunca la vi llorar excepto en el funeral de otra de mis tías, en 1995. Con el tiempo Abigail se volvió más dócil.

En Santiago, mientras se celebraba la boda de mi amigo, tuve que salir en medio de la noche. El propietario de la hacienda donde se realizó la fiesta se ofreció a llevarme hasta la central de autobuses de San Jerónimo, en San Pedro Garza García, para ir a despedirme de Abigail. En el trayecto el Cerro de la Silla lucía oscuro y siniestro; recorrimos a toda velocidad el Bulevar Edelmiro Cavazos, llamado así en honor a su difunto alcalde de 38 años; el joven me contaba cómo se había vuelto un personaje estimado por la población y su descontrol posterior. “A mí no me da miedo venir a Santiago, sí pasan cosas pero... te acostumbras”. El tema del narco en la región era insoslayable. Tomé el último transporte a Torreón.

Tras unas horas de recorrido volví a abrir la cortinilla del autobús, no sabía si me encontraba aún en Nuevo León, Durango o Coahuila, sólo vi luces intermitentes, patrullas por doquier, caos, escuché murmullos de los demás pasajeros. No quise averiguar más. Algo malo acababa de ocurrir.

Dormí unas pocas horas para ir después a la misa de cuerpo presente. Mi abuela me hacía madrugar para todo, cosa que detestaba, y ahora hasta para su funeral. La catedral estaba llena. En medio del pasillo un ataúd blanco y una mujer de ochenta años en su interior, zacatecana de origen y torreonense por adopción. Los presentes rezaron y cantaron. Rompí en llanto.

Al final me acerqué a su féretro, deposité un beso y los empleados de la funeraria se apresuraron a llevárselo para la incineración. Cuando la vi alejarse una parte de mí se rasgó como un pedazo de papel. Sentí su despedida silenciosa y definitiva.

Esa misma tarde volví al Distrito Federal en un vuelo barato y casi improvisado. Aún sentía el sol resplandeciente y el calor impregnándose en mi piel. Atrás dejaba las balaceras y los estragos del narcotráfico norteño para regresar a la todavía segura capital. Oí en mi cabeza la pregunta tierna que mi abuela me hacía siempre al partir: “¿Ya se va, mi niña?” Sentí cómo brotaban mis lágrimas. Mi mirada se clavó en la ventanilla del avión con el cielo claro y las nubes tupidas. En mi imaginación infantil Abigail se encontraba vagando por ahí, en una forma etérea.

martes, julio 12, 2011

Una noche en Coyoacán

Me enviaste un mensaje al celular y me pediste que nos vieramos:
"Que sea a las 6:00pm en la Plaza de la Conchita de Coyoacán"-te respondí.
Me dirigí hacia allá a pie. Atravesé las calles empedradas, meditabunda, pero decidida a hacer lo que tenía en mente.
Llegué primero que tú, decidí esperarte sentada en una banca.
En eso apareciste con una chamarra azul y una sonrisa genuina; te sentías contento de volver a verme. Hacía tanto tiempo que no salíamos y que no teníamos una convivencia tan cercana. Nuestras diferencias parecían haber quedado atrás.
Aún era invierno. Hacía frío. Tenía dos semanas de regresar de un viaje por Nueva York.
"¿Cómo está la ciudad?"-Preguntaste
"Bien"-contesté con indiferencia.
Sugeriste que cenaramos en un restaurante al fondo de la plaza.
El lugar era bonito: una casona anitgua, meseros atentos, buena comida, buen vino...una aparente buena compañía.
Conversamos un poco de nuestros respectivos trabajos, de lo que habíamos hecho en el año y medio en que nos distanciamos. Yo no sonreía, tú sí. Mi gesto te desconcertaba.
Sin mayor preámbulo, me aventuré a preguntarte:
"¿Leíste mi correo?"
"No. ¿Cuál?."
Como quien desenvaina una espada respondí:
"Ahí te decía que...lo mejor es que ya no nos veamos..."
La sonrisa de tu cara se borró al instante. No dabas crédito a las palabras que habían brotado de mi boca.
"¿Por qué?"-Preguntaste.
¿Por qué?, ¿por qué? Y recordé los momentos amargos entre nosotros que aún se encontraban clavados en mi memoria y mi corazón, los desaires, los obstáculos, los resentimientos...y la caja de Pandora se abrió de nuevo.
No supiste como refutarme, sentías el peso de mis argumentos.
"Yo sí quisiera verte aunque fuera de vez en cuando"
"pero yo no"- Respondí fría, como un tempano.
"¿Ya nunca más te voy a volver a ver?"-Preguntaste preocupado.
"Preferiría que no"- Contesté sin inmutarme.
Cuando terminamos la cena caminamos por rumbos distintos. Pululaba un silencio incómodo. Decidiste despedirte con anticipación. Besaste mi mano y noté en tu cara la tristeza sin que yo hiciera el más mínimo gesto. Seguía fría, como si el invierno de Nueva York aún permaneciera en mi interior.
"Si un día quieres llamar...hazlo con toda confianza". -Fue lo último que escuché de tu voz.
Vi tu figura alejarse por los árboles de la Plaza de la Conchita, cabizbajo.
Caminé por la calle Higuera. Sentí un nudo en la garganta.

...y la noche siguió mis pasos.

sábado, julio 09, 2011

Utopía

Cada vez que tú y yo estamos juntos puedo escuchar esta rola en mi corazón...aunque se trate sólo de eso: una utopía.

domingo, julio 03, 2011

La Jetée

Ayer llovía mucho en el DF, justo como ahora, y María José y yo vimos este viejo cortometraje francés de ciencia ficción que muchos años después serviría para filmar la película "12 monos". Había olvidado que mi abuela y yo la vimos en el cine en abril de 1996...ahí fue donde descubrí a Terry Gilliam.



Discurso de Jaime López para presentar el libro "Crónica Biciteka" de Georgina Hidalgo. (Producciones El Salario del Miedo, 2021.) Lugar: Fonda El Convite. Fecha: 20 de octubre de 2021.

              ACERCA DE LA CRÓNICA BICITEKA DE GEORGINA HIDALGO VIVAS                                                                     ...