sábado, mayo 26, 2012

I belong in your arms



Crossin' my heart
Open wide
You're my crystal and clover

All of me
Honestly
Is dedicated to hold you

Swear to god
Double knot
What would you do if I stole you
Tonight
Why waste time

Cause the world goes on without us
It doesn't matter what we do
All sillhouettes with no regrets
When I'm melting into you
I belong in your arms
I belong in your arms
[ Lyrics from: http://www.lyricsty.com/chairlift-i-belong-in-your-arms-lyrics.html ]
Feelings are good
Nothing to say
Just want my head on your shoulder
Banana split
Honestly
You're my remote controller
Between you and me
Suddenly
Something something something
Is on my mind

Cause the world goes on without us
It doesn't matter what we do
All sillhouettes with no regrets
When I'm melting into you
I belong in your arms
I belong in your arms

Cause the world goes on without us
It doesn't matter what we do
All sillhouettes with no regrets
When I'm melting into you
I belong in your arms
I belong in your arms

I belong
I belong...

lunes, mayo 14, 2012

La Noche de La Morsa

Paul McCartney en la Ciudad de México

El corazón de una gigantesca ciudad de terremotos y amenazas de erupción volcánica se cimbró la noche del jueves 10 de mayo con la presencia del beatle Paul McCartney. Aquí las impresiones de una feliz asistente.

Dijeron que se trataba sólo de “pan y circo”, de proselitismo político, populismo “del bueno”, pero el músico más rico de la Gran Bretaña cantó a rabiar, habló en español, abarrotó el zócalo y ayudó a Marcelo Ebrard a taparle la boca a sus adversarios. México quiere espectáculos de mayor nivel y está cansado de tacos con arroz.
Unos días antes la noticia se enfocaba en el debate presidencial, en Julia Orayén y su voluptuoso pecho que por un momento opacó todos los titulares. El concierto barrió con toda esa frivolidad. Ante la presencia escénica de sir Paul los números se dispararon: sólo serían ochenta mil los elegidos para permanecer en la plancha del zócalo, pero la cantidad se duplicó.

Por igual se encontraban presentes los que dieron el portazo sin pagar boleto, los que habían acudido anteriormente al Estadio Azteca sin haberse saciado o los que nunca en su vida habían atestiguado uno de estos conciertos —por falta de recursos o por el impedimento del llamado “regente de hierro”, Ernesto Uruchurtu, para que los Beatles tocaran en la Ciudad de México en 1965.
Paul le pertenecía a todos esa noche. Ahora el Partido de la Revolución Democrática puede ufanarse de haber organizado gratuitamente este gran mitote, el Partido Acción Nacional de concretar la primera visita de Benedicto XVI, ¿y el Partido Revolucionario Institucional?

Al igual que con Roger Waters dos semanas antes, se congregaron las generaciones de ayer y hoy que gozaron en carne propia el éxito de Paul en sus años de juventud y lozanía, las madres que celebraban su fecha, los niños trepados en la espalda de sus padres, los jóvenes que se fueron de pinta y los empleados que desafiaron a su jefe para tomarse el día entero —o unas horas por la tarde— para salir “on the run” e instalarse con debido tiempo. Una vez más las pertinaces lluvias se abstuvo de caer, circuló poca marihuana, al parecer, y ningún vendedor de cerveza a la vista.
Otros asistentes privilegiados observaban a los de abajo desde la comodidad de lujosas habitaciones de hotel. Pero, ¿para qué pagar cuando puedes echarte gratis sobre el concreto y disfrutar de “un coyotito” previo? Un impertinente tuvo la osadía de ondear desde una ventana una manta a favor de Enrique Peña Nieto sólo para recibir rechiflas, mentadas de madre y coros a favor de López Obrador. Prueba de que el PRI es poca cosa en la capital chilanga. El DJ telonero, Chris Holmes, disipó con sus remezclas de los Beatles los ánimos airados de estos tiempos electorales.
Con una cronología audiovisual que mostraba desde su etapa de juventud hasta la disolución de su primera banda, el paso posterior por Wings y su faceta como solista, la larga espera había terminado para los que acamparon durante dos días y para los reporteros que arribaron media hora antes gracias al “charolazo”.
Paul McCartney aún luce brioso a sus casi setenta años, y con las emociones a flor de piel abrió con “Hello goodbye”; en ese momento la memoria de otros conciertos capitalinos se empequeñeció: Radiohead, Pulp, Patti Smith y hasta Roger Waters y su parafernalia visual. Una noche eminentemente Beatle para una ciudad perredista e izquierdosa.
El inglés dejó de cantar parte de su discografía individual para rememorar sus años de gloria junto a John, George y Ringo. Los dos primeros recibieron sendas dedicatorias con “Here today” y “Something”, con Paul al ukulele. Otros personajes importantes en su vida y su corazón se hicieron presentes, como su actual esposa Nancy Shevell, a quien dedicó “My Valentine”, y el amor de su vida, Linda Eastman: para ella “Maybe I’m amazed”, y hasta un pequeño homenaje a Jimi Hendrix con “Foxy Lady”. Ni qué decir de la arribista Heather Mills, quien le exprimió hasta el último centavo y de quien, persona non grata, nadie se acordó.
El cantante se esforzó por hablar en español apoyado por un teleprompter con mejor agilidad y dicción que Enrique Peña Nieto, y hasta se jactó de haber aprendido una frase en la escuela primaria: “Tres conejos en un árbol, tocando el tambor. Que sí, que no, que sí lo he visto yo”, y los insoslayables lugares comunes: “¡Viva México, cabrounes!” y “¡Son a touda madre!”
Paul McCartney aún luce brioso a sus casi setenta años, y con las emociones a flor de piel abrió con “Hello goodbye”; en ese momento la memoria de otros conciertos capitalinos se empequeñeció: Radiohead, Pulp, Patti Smith y hasta Roger Waters y su parafernalia visual. Una noche eminentemente Beatle para una ciudad perredista e izquierdosa.
Hablando de madres, algunas nos dimos por aludidas cuando cantó “Hope of deliverance”, dedicada a todas las mamacitas y una pintoresca versión con fondo de mariachi de “Obladi Oblada”. En el pináculo de la noche la pirotecnia invadió las notas de “Live and let die”, que remitió a una celebración del 15 de septiembre, y posteriormente las baladas inmortales “Let it be”, con encendedores alumbrando por doquier, “Hey Jude”, que hizo verter algunas lágrimas, y “Yesterday”, para culminar con la secuencia final del Abbey Road: “Golden slumbers-Carry that weight-The end”. Casi tres horas sin parar y sólo dos encores. En ese lapso la vida se volvió más pequeña y feliz.
La noche anterior acudí al hotel Four Seasons, en el Paseo de la Reforma, donde casualmente descubrí a un grupo de chicos congregados en el exterior con la esperanza de conseguir un autógrafo o de al menos ver la figura del huésped estrella asomarse por la ventana, a pesar de ser las 10 pm. Ninguno parecía tener más de 25 años. Uno de ellos esperaría pacientemente hasta las 11:30, sin importarle tener que abordar el último transporte hasta el lejano Ajusco. Paul nunca salió a pesar de los gritos y la euforia que los empleados del hotel intentaban apaciguar. La lluvia nos sorprendió. Algunos emprendieron la retirada y otros esperanzados siguieron sin quitar el dedo del renglón. En ese preciso momento el América jugaba contra los rayados de Monterrey. ¿A quién le importaba mientras un ex Beatle se encontraba descansando en México?
Al final todos habían ganado: los empresarios que pagaron millones por los derechos de transmisión, los hoteles que cotizaron las habitaciones a un jugoso precio, los del PRD que habían causando escozor al PRI y PAN dispuestos a buscar el lado oscuro del evento, los beatlemaniacos incapaces de costearse un boleto de 12 mil pesos en el Azteca y que vivieron una noche digna de mil orgasmos.
La siguiente administración capitalina tendrá un nuevo reto difícil de superar. Algunos desean la presencia de alguien del mismo nivel, como David Bowie o ilusoriamente un holograma como el de Tupac Shakur en el Festival Coachella… pero de John Lennon.
Sir Paul McCartney había cumplido con su cometido. Los temblores podían repetirse, el Popocatépetl estallar. ®

viernes, mayo 11, 2012

Recuerdo de mi abuela

Funeral en Torreón

Por Miriam Canales   (Revista Replicante, mayo 2012)

“Mi nena hermosa, mi madre murió hoy a las 5:30 a.m.”. Palabras como éstas que llegan mediante un mensaje SMS te cambian la vida, te rompen en pequeños pedazos que van quedando esparcidos en el tiempo y la geografía.
Sábado 18 de junio de 2011, acababa de llegar a la ciudad de Monterrey desde el Distrito Federal. Esa mañana abrí la cortina de la ventanilla del autobús y volví a ver las sierras áridas, el imponente Cerro de la Silla y las cactáceas cuando mi madre me avisó del fallecimiento de mi abuela en Torreón, Coahuila. El verano apenas llegaba y ya nos la había arrebatado.
En un lustro de ausencia en Nuevo León las cosas pueden cambiar mucho. Entonces nadie hablaba de balaceras, secuestros, Zetas ni de otras atrocidades. Esa misma semana habían asesinado a dos escoltas del gobernador Rodrigo Medina y circulaba una sobrecogedora noticia que advertía que en Monterrey se cometía un asesinato por hora. Unos días antes varios cuerpos quedaron diseminados por diferentes puntos de la ciudad.
¿Por qué había ido ahí a pesar de tan negras circunstancias? La boda de un amigo de la infancia me hizo sentir un poco temeraria. Mi destino final era el pueblo de Santiago, donde en agosto de 2010 fue ultimado el alcalde Edelmiro Cavazos Leal. “Como nosotros ya estamos acostumbrados pues ya no nos asustamos”, decía con seguridad mi amigo, que me contaba del caos urbano y de cómo los narcobloqueos le impedían el paso para salir a trabajar.
Mi abuela no había fallecido a consecuencia del narcotráfico, aunque perder a un ser querido acentúa un sentimiento de orfandad en medio de estos tiempos bélicos; a ella la había vencido el cáncer de mama, al igual que a su hija mayor Bertha Alicia en 2009 y a la cantante de Santa Sabina, Rita Guerrero.
A cuatro horas de distancia se encontraba mi familia organizando el sepelio en un Torreón no menos violento que su orgullosa hermana norteña. Ambas ciudades ocupan los encabezados por sus noticias sangrientas. Algunos regios ironizan: “Estamos de moda”. El refulgente sol y el intenso calor húmedo me sofocaban y hacían que en mi mente bullera un mar de ideas contradictorias. Recordaba el pasado y pensaba en el presente y el futuro simultáneamente. Mi abuela se había ido y yo no encontraba la forma de regresar a Torreón inmediatamente sin toparme con unos matones en el camino.
Mi abuela Abigail había nacido en Zacatecas en 1931, el mismo día que yo, con 53 años de diferencia. Emigró a Torreón con su madre y sus tres hermanos tras la muerte de su padre en la profundidad de una mina. Las catástrofes mineras son anteriores a los tiempos en que surgió la corrupción del líder sindical Napoleón Gómez Urrutia, pero dudo que mi bisabuela haya recibido una indemnización o algún tipo de apoyo gubernamental. Sus lazos familiares en Zacatecas se perdieron para siempre.
En la década de los treinta Torreón aún era joven y próspero, el cultivo del algodón se encontraba en su mayor auge, razón por la cual una diáspora de zacatecanos, duranguenses, potosinos y hasta extranjeros echaron raíces en la ciudad del “oro blanco”.
Dormí unas pocas horas para ir después a la misa de cuerpo presente. Mi abuela me hacía madrugar para todo, cosa que detestaba, y ahora lo hacía otra vez, para su funeral. La catedral estaba llena. En medio del pasillo un ataúd blanco y una mujer de ochenta años en su interior, zacatecana de origen y torreonense por adopción. Los presentes rezaron y cantaron. Rompí en llanto.
Abigail estudió hasta la secundaria, se enseñó a nadar en el Canal del Coyote, uno de los brazos del río Nazas que se transformó en el Bulevar Constitución con el paso de los años; trabajó cosiendo guantes de béisbol y, como muchas adolescentes de la época, buscó en un temprano matrimonio el fin y no el medio. A los diecisiete años procreó a su primera hija y poco después vendrían siete más. Cuando murió su madre ella asumiría las riendas de la familia con un carácter rígido, religioso y autoritario, aunque sus hijas asumieron un papel demasiado independiente para el tiempo y la ciudad en que vivían. A mí me educó de una manera severa en mi infancia, y hubo ocasiones en que llegué a temerle. Nunca la vi llorar excepto en el funeral de otra de mis tías, en 1995. Con el tiempo Abigail se volvió más dócil.
En Santiago, Nuevo León mientras se celebraba la boda de mi amigo, tuve que partir en medio de la noche. El dueño de la hacienda donde se realizó la fiesta se ofreció a llevarme hasta la central de autobuses de San Jerónimo, en San Pedro Garza García, para ir a despedirme de Abigail. En el trayecto el Cerro de la Silla lucía oscuro y siniestro; recorrimos el Bulevar Edelmiro Cavazos, llamado así en honor a su difunto alcalde de 39 años. El joven me contaba cómo se había vuelto un personaje estimado por la población y su descontrol posterior. “A mí no me da miedo venir a Santiago, sí pasan cosas pero… te acostumbras”. El tema del narco en la región era insoslayable. Tomé el último transporte a Torreón.
Tras unas horas de recorrido volví a abrir la cortinilla del autobús, no sabía si me encontraba aún en Nuevo León, Durango o Coahuila, sólo vi luces intermitentes, patrullas por doquier, caos, escuché murmullos de los demás pasajeros. No quise averiguar más. Algo malo acababa de ocurrir.
Dormí unas pocas horas para ir después a la misa de cuerpo presente. Mi abuela me hacía madrugar para todo, cosa que detestaba, y ahora lo hacía otra vez, para su funeral. La catedral estaba llena. En medio del pasillo un ataúd blanco y una mujer de ochenta años en su interior, zacatecana de origen y torreonense por adopción. Los presentes rezaron y cantaron. Rompí en llanto.
Al final me acerqué a su féretro, deposité un beso y los empleados de la funeraria se apresuraron a llevárselo a la cámara de incineración. Cuando la vi alejarse una parte de mí se rasgó como un pedazo de papel. Sentí su despedida silenciosa y definitiva.
Esa misma tarde regresé a la Ciudad de México en un vuelo barato y casi improvisado. Aún sentía el sol resplandeciente y el calor impregnándose en mi piel. Atrás dejaba las balaceras y los estragos del narcotráfico norteño para regresar a la todavía segura capital. Oí en mi cabeza la pregunta tierna que mi abuela me hacía siempre al partir: “¿Ya se va, mi niña?” Sentí cómo brotaban mis lágrimas. Mi mirada se clavó en la ventanilla del avión, afuera el cielo claro y unas nubes tupidas. En mi imaginación infantil Abigail, ahora etérea, vagaba por ahí. ®

martes, mayo 01, 2012

Un mes...

Esa es la cantidad de tiempo que ha transcurrido de la cirugía, se podría decir "ya es un mes" o "apenas es un mes", pero en ese lapso pueden ocurrir muchas cosas para bien y para mal; se puede reflexionar, maldecir, meditar, enojarse o tomar las cosas con calma. He sentido mi cuerpo distinto, renovado, como un antes y un después, una página que he pasado pero una experiencia plasmada en mi mente y corazón con todo y sus repercusiones.
Mi salud no ha estado bien ultimamente, aun así agradezco que sigo aquí a pesar de todo y que encontré a personas maravillosas que me apoyaron mucho en esto (Mamá, Luis, Abraham, papá, Quique, Mariana, Dany, Andrea, Nadia, Eduardo, Lydiette, Rogelio, un montón de amigos más y especialmente a Adolfo, María José y Cristina. No sé que hubiera hecho sin todos ellos. Estaré mejor, estaré mejor...

Mi querida prima Mariana me dedicó esta rola, no la conocía y es bonita:

Discurso de Jaime López para presentar el libro "Crónica Biciteka" de Georgina Hidalgo. (Producciones El Salario del Miedo, 2021.) Lugar: Fonda El Convite. Fecha: 20 de octubre de 2021.

              ACERCA DE LA CRÓNICA BICITEKA DE GEORGINA HIDALGO VIVAS                                                                     ...