Un extraterrestre en México
Por Míriam Canales
Cuando me enteré de que Gary Numan tocaría en México, francamente no cabía en mi asombro y así como yo, muchos más. Una de las piedras angulares del synthpop británico venía a interpretar, con su sintetizador gótico y chillante, su álbum de 1981, The Pleasure Principle, e intentaba retomar el lugar que perdió en la escena en la que ha estado y no ha estado de forma ambivalente. Aunque no ha dejado de grabar discos, no han tenido el mismo impacto que Replicas Redux o Telekon de finales de los setenta y muchos lo consideran ya un has been…, pero la oportunidad no pensaba perdérmela.
Al llegar al Lunario del Auditorio Nacional, el frío de la noche se disipó por el calor que expelían decenas de almas reunidas, en su mayoría hombres de más de veinticinco años, ataviados con ropa negra, otros rememorando los estilos punk o glam con mohawks y maquillaje y otros más disfrazados para la ocasión, con corbata roja y cabello relamido como buenos “Numanoids”. Me preguntaba cómo luciría Numan en la actualidad, con qué bríos tocaría, cómo sería su actitud en escena.
A las diez y cuarto las luces se apagaron y emergieron su figura y su cabello despeinado, entre el humo y el sonido de un poderoso teclado que daba la bienvenida con “Random” como principio del placer, pero no fue hasta la tercera interpretación que Numan comenzó a cantar, con una voz ronca y grave que distaba de su timbre nasal característico. Su carrera había sido inconstante, pero años después se hallaba por vez primera entre mexicanos. Ahora éramos los jóvenes que en su momento de auge ni siquiera habíamos llegado al mundo quienes le rendíamos pleitesía, a pesar del tiempo y la diferencia generacional.
Numan no gozó de éxito comercial en su momento, excepto cuando lanzó el sencillo “Cars”, pero se reconocía su influencia y aportación musical en artistas como Marilyn Manson y Trent Reznor y gracias a su reciente alianza con este último, en presentaciones especiales, fue como resurgió de las cenizas para las generaciones que escuchan su música mediante el mp3. Él ya no era el joven andrógino de mirada adusta que imitaba a David Bowie. Ahora contaba ya con cincuenta y dos años que eran evidentes en sus facciones, pero su genio musical había madurado y se plasmaba en canciones como “Airplane”, “Metal”, “Tracks”, “Films” y la imprescindible “Cars”, las cuales sonaron esa noche ante un público pequeño y frenético y una emotiva interpretación coreada al unísono de “Are Friends Electric?”, surgida con su primer proyecto musical, Tubeway Army, y de ahí, un encore.
En la segunda parte del concierto se expelía más estridencia y testosterona, había menos sintetizadores y más rock de quien sentó las bases de la música neo industrial, en discos como Pure (2000). Tras una hora y tres cuartos, se despidió con “A Prayer for the Unborn”.
Esa noche había algo que me motivaba a buscarlo después del concierto, más allá de un afán reporteril. Deseaba ver de cerca a un hombre que me despertaba una extraña fascinación. Los vigilantes de la puerta del camerino fueron descorteses y nos impidieron el paso. Tras una hora de espera, nos echaron. Otras tres chicas, un chico y yo decidimos buscarlo a la salida del Lunario. Una de ellas era Nilda, una joven darkie que había viajado desde Buenos Aires, Argentina, para presenciar el concierto; su vuelo duró más de trece horas y continuaba con los estragos del jetlag. Bastaron quince minutos para que aparecieran primero sus músicos y, posteriormente, el cantante.
De cerca su mirada no era lóbrega, como solía aparecer en las portadas de sus discos y videos a inicios de los ochenta; en persona, sus ojos azul grisáceo lucían dramáticos y denotaban a un alma noble que juega a hacerse ruda, a un hombre de más de cincuenta años en busca del segundo aire, en pleno 2010, a treinta años de distancia de sus mejores épocas. Nilda le contó su hazaña y quedó asombrado. Los fans que supieron esperar obtuvieron autógrafos y fotografías privilegiadas. A esa hora de la madrugada el frío calaba fuerte, pero la espera había valido la pena. “Estás temblando”, me dijo una de sus acompañantes. Numan y sus músicos habían quedado complacidos esa noche y en sus propias palabras tienen planes de volver el próximo año a México, una vez que terminen de grabar su nuevo disco.
Gary abordó una camioneta negra, con rumbo desconocido, y Nilda y yo nos dirijimos a un bar de la colonia Roma, donde departimos hasta altas horas de la madrugada para revivir la gran experiencia que vivimos esa noche.
Publicado en La Mosca en la red
1 comentario:
La verdad fue una noche inolvidable, todavia me suena en mis oidos!!!!!!!!
Mina
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