Si algo he aprendido en el último lustro de mi vida es esto: a aceptar los "no" de otros:
Cuando un ciclo termina, o me rechazan ya sea por trabajo, amistades o relaciones de pareja ya no insisto, ni pido segundas oportunidades, a veces ni siquiera explicaciones, ni mucho menos “les hago la llorona”. Considero que la vida es muy corta para andar con aferramientos y esos patetismos; lo más sano es permitir que las cosas simplemente se vayan, aunque duela. Una de las pocas ventajas de ser rechazado es que la única vía posible es la resignación y el aliviador olvido.
Ha habido ocasiones que quien me ha mandado al carajo se arrepiente y después regresa a pedir perdón. Pasa. Es ahí cuando evalúo si vale la pena o no el reintento, pero ya la gran mayoría de las veces opto por sólo seguir hacia adelante y por lo general encuentro otras cosas mejores...
Ignoro si esto me vuelva más inteligente, pero lo que es un hecho es que tiene mucho más que ver con la madurez.
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