Publicado en la edición de septiembre de la revista Variopinto
Entre
el acumulo fetichista y un afán ecológico permanece la casa de Jaime Jiménez,
de 54 años de edad, conocido por algunos como “El chatarral”. Un santuario
urbano de dos pisos creado por su imaginación y los objetos que ha recolectado
durante más de 20 años: juguetes, máquinas de coser, maniquíes, computadoras,
máscaras prehispánicas y hasta un viejo ropero y una rocola. Los habitantes de
la zona y unos cuantos vendedores ambulantes saben su nombre, mientras que los
forasteros que transitan a pie o en auto quedan sorprendidos ante la magnitud
de piezas apiladas detrás de sus muros de alambre.
El
Centro Histórico capitalino muestra dos caras opuestas: la “bonita”, restituida
para turistas por iniciativa de Carlos Slim, rodeada de vigilancia, luz y
calles remozadas. La otra: en dirección hacia Garibaldi, sucia, desprotegida y
conocida por su sordidez. Con menor elegancia, pero a olor de barrio genuino. En
ésta se encuentra una choza construida de artefactos domésticos, entre las
calles de Allende y Perú, a unas pocas cuadras de la Arena Coliseo que atrae la
mirada. En los interiores, el propietario conserva su consciencia ecológica mediante
plantas y pequeños sembradíos que posee, como si fuese un invernadero oculto en
medio del barullo citadino. Afuera circula la ruta más moderna del metrobus por
lo cual, algunos paseantes se sintieron más confiados de recurrir hasta este
punto céntrico.
“Yo
me siento poderoso”
“Aquí
es un verdadero lugar natural, te suelta el estrés. Tú no estás sentada en un
patiecito cualquiera. Esto sí es natural y te hace sentir en un sitio donde has
estado muchas veces, ¿pero esa sensación cuantos la tienen como tú?-Me
pregunta- “Yo me siento poderoso con esto”. Jaime abre la puerta con
desconfianza a quien escribe estas líneas y a la reportera gráfica después de
ser el blanco de otros medios quienes han abordado su historia, desde revistas
y diarios hasta canales de televisión internacionales. Jiménez permanece la
mayor parte del tiempo resguardado, a veces recibe visitas personales como
cuatro amigos suyos que se encuentran acompañándolo esa tarde junto a la
presencia inerte de otro maniquí vestido de niño sentado en un tronco al que
llama “Ojitos”.
Jiménez
defiende su particular “modus vivendi”, contrastante con el ritmo vertiginoso del
Centro Histórico y el ruido que escupen los autos y autobuses. Su rutina
comienza desde las 5 de la mañana, hora en que se levanta para atender a sus
mascotas, recoger la basura, desayunar y salir a buscar chácharas. Carece de
teléfono, detesta los celulares y los gadgets,
pero cuenta con electricidad y agua potable en su domicilio. “Prefiero tener
más molcajetes y metates que una pantalla plana”. Dice vehemente.
Los
fines de semana acude a la Universidad de Chapingo para estudiar un curso de
temazcal y medicina alternativa. Su compañía diaria son un perro, una gallina
africana sin nombre y el gallo “Mala suerte”, llamado así por sus desventuras
en las peleas que lo dejaron herido y tuerto. En el mismo espacio, pero del
lado opuesto de la casa, habita su ex mujer. Aunque todavía tiene una familia vive
distanciado de ella desde tiempo atrás.
Ya
estaba escrito para él
“Yo
llegué aquí por el destino. Estuve en Tabasco hace casi 30 años; me fui diez
años allá. El destino aquí me dejó y me gustó. Aquí te sientes como en la
selva. Mi padre es de Chiapas”. Desde entonces, Jaime preserva su pasión por el
sureste y la figura de María Sabina. Su labor la compra, venta e intercambio de
cachivaches que conforman su colección. Otros individuos llegan directamente a
ofrecérselos y mantiene una pequeña clientela cautiva. Dentro de sus restricciones
no permite que le ofrezcan ninguno que sea robado. “Lo otro que quiero es que
llene mi necesidad de reciclar; me volví reciclador nato”. De la misma manera, sólo
prohíbe la entrada a “monosos y piedrosos”. Cualquiera puede acceder, a veces
cobra una cuota voluntaria de 10 a 20 pesos. “Sólo si se ven bien los
visitantes, es para comprar la comida de los pollos”. Enfatiza.
Usando
su creatividad, cultiva pequeñas hortalizas y huertos y aprovecha los objetos
que para otros son simple “basura” para elaborar algunas artesanías, como un
peculiar mueble en forma de pene que durante un tiempo mostró en el exterior para
provocar a los transeúntes: “El pene representa poderío, no era algo de
cabuleo. Tener una verga así tiene poder pese a lo que piense mucha gente. No
solo en la cultura mesoamericana creían eso. ¡Aquí hay poderío!”
Entre
el acopio excesivo y la excentricidad fetichista, cuenta en su vasto acervo con
verdaderas antigüedades. Jiménez cree en las vibras impregnadas en ellas:
“Mira, los objetos me gustan por la necesidad de la gente; tienen su propia
energía y a veces buscan a su propio dueño que ellos quieren. Hay cosas que ni
sabes cómo llegaron a tus manos y ya le estás dando tu energía ahora. Aquí
viene mucha gente a ofrecerme porque me conocen de años”. Lo que no vende por
ningún motivo son sus máscaras de estilo prehispánico.
“¡Jaime!”-
Como si los hubiera llamado directamente, suena un grito oportuno desde la
puerta. Se trata de algunos de los clientes a los que se refiere. Dos hombres
maduros rondan el domicilio y se interesan por unas máquinas de coser oxidadas.
Su precio es de 700 pesos cada una y contestan que se darán una vuelta más
tarde. A pesar de vivir apartado del estereotipo de una vivienda convencional,
es una persona sociable. Tiene ideas y proyectos en mente con sus enseres como utilizar
máscaras de vidrio: “Estoy trabajando eso con un amigo, pretendo hacer una
galería de puro vidrio reciclado, pretendo armar una galería. Hay otras locuras
que tengo en la cabeza”.
“El
único amor verdadero es a la tierra”
¿Has
pensado que va a ocurrir con todo esto si te llega a pasar algo?
Mmmm.
Sí lo he pensado. Que debe permanecer así como está, espero dejarlo más verde,
más bonito…
Otros
visitantes famosos han tenido oportunidad de pisar esta casa, como la reportera
Cristina Pacheco, un integrante de Café Tacuba y hasta la ex Miss Universo
venezolana-metida a actriz de Televisa-Alicia Machado: “Ella llegó pidiendo
permiso para una locación de una telenovela. Tenía que besar a no sé quién. ¡Se
me hizo tan ridículo ver esa jalada! Yo creo que les gustó el verde (las
plantas). ¡Todo por un beso! Muchos músicos me visitan también. No sé por qué…
¿Qué
crees que sea lo que les atraiga?
“Hace
un tiempo estuve armando fiestas pero creo que toqué bolsillos ajenos sin
querer y tuve el aviso de que cambiara de giro y tranquilamente me volteé a
otro rubro. Fue para no tener lío porque todos se pelean ahora. Por eso mi
decisión de tener aquí un temazcal y seguir reciclando”. Jaime profesa un
profundo amor hacia el medio ambiente. Dice disfrutar de la lluvia intensa y de
los temblores cuando todos los objetos chocan y vibran…pero descree del amor de
pareja.
¿Tú
crees que sí hay amor aquí en la cuadra?
No
creo, a lo mejor en la calle de República de Cuba. (Donde deambulan las
prostitutas. Se ríe.) La gente es muy fría. Amar es una enfermedad que te hace
ñoño. Puedes mejor amar a la tierra, ahí sí hay verdadero amor.
¿Hay
amor en esta casa?-Me dirijo a los amigos que lo acompañan-
¡Pero
apache!
¿Ustedes
se aman?
(Voltean
a verse) ¡Maso!…
‘¡Ai
dos, dos! Ríen al unísono.
¿Tú
qué opinas, “Ojitos”? Jaime ríe de nuevo y se dirige a su maniquí en forma de
niño.
“Ojitos”
tiene la última palabra sobre el amor…
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