Para
estos hombres, la muerte representa una forma de ganarse la vida. La muerte es
el final, un simple negocio o una labor para unos cuantos. Ellos son sepultureros,
los arquitectos luctuosos de la última morada. Comunes en apariencia, complejos
en el fondo…y viven para contarlo:
En
el oeste capitalino proliferan algunos de los cementerios más antiguos y vastos
como el Español, el Francés, el Alemán, el Británico, el Americano, el
Guadalupano y el Sanctorum en los alrededores de las estaciones del metro
“Panteones”, “San Joaquín” y “Cuatro Caminos”. En el pasado eran sitios
reservados para diversas colonias extranjeras que con el tiempo se han ido
mezclando entre sí.
La
historia de Juan es de un enterrador novato, pero temerario del Panteón
Francés. No dudó en cambiar su anterior empleo como conserje de la sucursal de Viaducto
La Piedad para dedicarse a cavar tumbas en Legaria, al poniente de la Ciudad de México. Se
ha adentrado en el oficio aprendiendo de sus compañeros, sin ningún tipo de
entrenamiento formal, del que asegura que “sí se vive bien”. Recibe el apoyo de
un sindicato y prestaciones sociales como pensiones, aguinaldo y seguro médico.
Los
requisitos para ingresar a este empleo no suelen ser complicados: basta con
esperar una vacante, tener una recomendación y contar con un registro de
vacunas de enfermedades como el tétano. “Está tranquilo el trabajo, a veces ni
se hace nada cuando no hay servicios”. Los trabajadores deben acudir los fines
de semana y tienen derecho a descansar un solo día. Durante algunos entierros reciben propinas y
gratificaciones de parte de las familias por mantener aseadas las lápidas.
En
un periodo corto, Juan ha conocido las vicisitudes y pesares de ejercer como
enterrador. “Siempre es más triste enterrar a niños que adultos que por lo
menos ya vivieron. El otro día me tocó una bebé recién nacida”. Explica con un
dejo de nostalgia. Una de estos infantes es la oscuramente célebre Paulette
Gebara Farah, desaparecida y hallada muerta en 2010 cuya sepultura, decorada de
flores y rehiletes, permanece en un jardín.
El
Panteón Francés alberga la casa eterna de figuras como la acaudalada familia
Slim, el actor Antonio Espino y Mora alias “Clavillazo”, el ex presidente
Adolfo de la Huerta, María Félix y Pago Malgesto, uno de los presentadores pioneros
de la televisión mexicana. Quien escribe estas líneas expresa con ironía: “Llévenos
a ver a María Félix porque queremos rezarle un rosario”. Juan, siguiendo el juego,
sonríe. La actriz del “cine de oro” descansa junto a su hijo Enrique Álvarez
dentro de una angosta vitrina desde la primavera de 2002. “Nadie la viene a ver
más que una persona que es un fans (sic) y en cada aniversario le trae
mariachi”.
Seguro
de sí, declara: “A mí no me da miedo hacer esto. Me dan más miedo los vivos que
los muertos”…
La
sepultura como una herencia familiar
“Cuando
estaba aquí desde niño tenía miedo de entrar al cuartel del panteón, pensaba
que me iba a salir un muerto, que me iba a jalar las patas”. Don Jaime tiene más de 50 años de edad
y ha pasado casi toda su existencia rodeado de lápidas, jardines y del silencio
que pulula en el Panteón Español. Tratándose de una labor ancestral para él, su
padre-quien sí pasó toda su vida aquí-lo instruyó desde la infancia en el arte
de la inhumación. “Alguna vez tuve otro trabajo, pero aquí todo está muy
tranquilo”. Su paga es exigua, pero también disfruta del ambiente de calma
envuelto de árboles frutales que él mismo ha plantado y que conoce como si se tratase
de sus amigos. Sabe dónde obtener limones, aguacates y chiles para condimentar
la comida en las horas de descanso y cuida de los gatos que rondan el cementerio.
La
historia del Panteón Español data desde la segunda mitad del siglo XIX. En sus
inicios se trataba de un sitio exclusivo para ibéricos residentes en el
Distrito Federal que poco a poco fue abriéndose a mexicanos. La tumba más antigua
es de un bebé- que aún puede apreciarse a un costado de la entrada principal-
de 136 años según Don Jaime. Su buena memoria y experiencia le permiten ubicar
muchas de las lápidas, sus familias propietarias y hasta leyendas que las
rodean. Predominan mausoleos y criptas de estilo gótico y algunas esculturas de
mármol de ángeles y vírgenes en diversas advocaciones que fluctúan entre lo
artístico y macabro.
En
la cotidianeidad de un sitio como éste, las anécdotas de ultratumba y brujería abundan.
Don Jaime relata una en que sintió una presencia sobrenatural. “Un día como a
las 7:00pm estaba lavando mi camioneta y ya estaba oscuro. Sentí un pinche jaloncillo en la
camisa ¡y que me sientan! Sí se oyen los pasos de alguien cuando corre, se oyen
murmullos o gente que pasa de un lugar a otro”. Dados sus conocimientos de la
labor diaria, el peligro al que suelen estar más expuestos los enterradores es el
contagioso “aire de muerto” que expelen los cadáveres. Para contrarrestar el
efecto es necesario utilizar la planta “ruda” con la que el visitante debe
persignarse y lanzarla hacia atrás al salir del cementerio, como lo hizo esta
reportera en un par de ocasiones.
De
la farándula a la devoción
Para
la muerte no existen distinciones sociales ni figuras “VIP”. Ricos y pobres
duermen de forma unánime bajo la tierra. Las celebridades que yacen en el
Panteón Español son Paco Stanley, Mario Moreno “Cantinflas”, los hermanos
Rodríguez, el ex presidente Miguel Alemán, la actriz Sara García y Emilio
Azcárraga padre e hijo: Milmo y Vidaurreta, entre otros. Algunos difuntos
pudientes ostentan pomposidad hasta en el más allá con santuarios tallados en
hoja de oro, cristales blindados u objetos fastuosos como un enorme crucifijo
que decora la cripta de Miguel Alemán.
Sin
embargo, distante de estas figuras mediáticas, en el cuartel G se asoma una
lápida de una mujer cuyo nombre no dice nada a casi nadie excepto a los visitantes
creyentes. Se trata de Carolina Troncoso quien según Don Jaime fue una monja devota
del Sagrado Corazón de Jesús; se referían a ella como “la virgen de los
estudiantes burros” dado que algunos escolapios acudían a pedirle el milagro de
pasar sus exámenes. El culto que se le profesa es amplio. Han pasado más de 90
años de su partida; su presencia se mantiene vital.
“La
Señorita Carolina” o “Carolita”, fallecida el 27 de febrero de 1920, concede milagros
a cambio de una pequeña ofrenda. Son múltiples las peticiones escritas en su
sepulcro que el sol y la humedad desdibujan. Nadie sabe con certeza cuando comenzó
su reputación milagrosa a la que llegan por igual suplicas y caprichos: “Señorita
Carolina: quiero tener otro bebé”, “Señorita Carolina: ayuda a mi hermana a que
le den su Visa”, “Ayúdame a tener éxito con las mujeres”. Incluso una solicitud
en inglés: “Please, help me to pass my exam”. En sus inmediaciones se respira un
ambiente apacible y armonioso a diferencia de la lobreguez que expelen algunas
criptas.
Los
tiempos han cambiado y la gente prefiere las cremaciones por motivos
económicos. Un entierro puede llegar a costar hasta 30 mil pesos mientras que
una incineración 18 mil. “Ya casi no tenemos servicios. Se está perdiendo la
tradición. Hace como 15 años enterrábamos a diez diarios. La gente ya no se
quiere morir”. Expresa Don Jaime. “Este es un trabajo sucio, pero alguien lo
tiene que hacer”.
¿Ha
pensado como es que le gustaría que lo enterraran a usted?
Sin
pensarlo mucho, expresa: “Yo ya tengo mi fosa aquí por si me quebro (…) porque
así no le dejo problemas a mi familia”.
Algún
día, la misma tierra cotidiana con la que trabaja recibirá a Don Jaime para
nutrirse de él.
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