Celestinas urbanas
Publicado hoy en "El ángel exterminador" de Milenio Diario.“¿Buscas pareja? Llama a este número”, rezaba una manta que encontré en la calle por el sur del Distrito Federal. Como soltera y curiosa que soy, apunté el teléfono que mostraba esa especie de Celestina urbana. Mi escepticismo en esos métodos es equivalente al que tengo por la existencia del Ofiuco en el horóscopo, pero llamé sólo por probar. Poco después me encontraba un viernes por la noche en una fiesta con el fin de reunir a solteros que pudieran “enamorarse”.
En México existen algunas asociaciones civiles como Punto de Encuentro AC, dedicadas a promover la unión de personas compatibles, primero a través de una amistad y posteriormente de una relación. Con 170 pesos tenía derecho al cover en un restaurante de la colonia Roma y a tres bebidas nacionales. Al llegar, percibí varias miradas masculinas sobre mí, hombres mucho mayores que yo, aún cuando esta veinteañera no luciera glamorosa esa noche.
Los dos anfitriones de la fiesta me dieron la bienvenida: un hombre con la etiqueta de “Cupido” en la solapa y otra mujer con la etiqueta de “Amor”, quien me condujo a una mesa donde me mostró unas formas que tenía que llenar por si deseaba inscribirme al club de manera temporal a fin de que otros miembros pudieran conocerme. El costo era de cien pesos para las mujeres y 220 para hombres, quienes predominan en la asociación. Poco a poco el salón se iba llenando de personas maduras de ambos sexos y unos cuantos jóvenes. Algunas mujeres trataban de disimular su edad con su atuendo.
“Amor” me condujo a una mesa donde conocí a mi primer interlocutor: un hombre de 42 años recién separado, nervioso, con loción lacerante. Me contaba acerca de su trabajo, su frustrada relación que lo tenía notoriamente cabizbajo y de sus ganas de bailar salsa conmigo. Un amigo suyo había acudido a una de esas fiestas y había encontrado una pareja con la que ya se había comprometido. “Estás chavita”, me decía reiteradamente.
Algunas parejas comenzaron a bailar en la minúscula pista, primero unas salsas y después las infaltables rolas disco tipo Village People. La calidad del sonido de la música era nefasta y el DJ no estaba haciendo una buena selección. Las rolas de Grupo Niche no me prendían ni tampoco las cumbias. Me mantuve sentada conversando hasta que un mesero se acercó y me ofreció un tequila para bebérmelo hasta el fondo.
Al reverso del menú de bebidas encontré una serie de tarifas por si deseaba rentar un aviso clasificado personal en su página de internet por 160 pesos al mes, pero si lo compraba el precio se incrementaba a 200 (me pregunto cómo alguien podría desembolsar mil pesos durante cinco meses por mantener un anuncio… so pena de que no ocurriera nada con ello).
Sin despegarme de la mesa llegó otro chico de 27 años, con mejor aspecto y más seguro de sí mismo. Charlamos unos minutos y se fue dejándome su bebida en la mesa. “Estás chava”, también me dijo. Nunca regresó. A medida que solicitaba mis bebidas al mesero sentía que mi primer interlocutor me caía mejor cuando comenzamos a hablar sobre rock clásico. Hice mi primera escala en el baño de mujeres, cuyo escusado tenía una fuga de agua. En el karaoke del piso de abajo el ambiente estaba a rabiar.
Un hombre me invitó a la pista y me negué, no quiso revelarme su edad. “Si quieres te digo mi talla”. Se fue y llegó otro: “¿Qué música te gusta?”, preguntó curioso. Quería que bailáramos un rock and roll y en mi segunda visita al baño lo encontré en la escalera. Dijo orgulloso: “Ya le pedí el rock and roll al DJ” (¡oh, cielos!). Otro chico se sentó a mi lado, se decía fan de The Doors y me contaba acerca de los Dinamos de la Magdalena Contreras. Finalmente decidí bailar con mis dos pies izquierdos, el cansancio y la bebida comenzaban a hacerme efecto. El chico pidió mi teléfono y una cita posterior. No accedí.
Me fui sin dejar mis datos a los galanes. El ambiente me resultó un poco gracioso, un poco lastimero. No deseaba que Cupido me flechara en ese restaurante. Tomé un taxi pensando en las propuestas rechazadas a cuestas… y el aroma de la loción lacerante.
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