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EL ÁNGEL EXTERMINADOR • 12 JUNIO 2013 - 12:37AM — MIRIAM CANALES
Algunos libros “incómodos” fueron quemados en esa época.
México • Hay peores cosas que quemar
libros, una de ellas es no leerlos.Ray Bradbury
libros, una de ellas es no leerlos.Ray Bradbury
Han transcurrido 60 años desde su primera publicación. La pluma de Bradbury creó al bombero Guy Montag y su mundo donde los libros están prohibidos y su brigada de incendios encomendada a exterminarlos. Estos provocaban diferencias en la sociedad y depresión donde “todos deben ser iguales”.
La lectura tiene un papel paradójico y extremista: mientras que algunos la toman como estandarte de intelectualidad y pretensión para obtener premios, becas y reconocimiento y estar “encima de la masa”, otros ni siquiera leen por accidente y tampoco les inmuta. Un enorme triunfo para la brigada, sin duda. Esta premisa sonaba como una catástrofe en los tiempos de represión literaria durante la Segunda Guerra Mundial, pero al indiferente lector mexicano promedio, que ni por casualidad visita una biblioteca, podría importarle un comino.
Algunos libros “incómodos” fueron quemados en esta época y lo siguen siendo, no en la hoguera, pero sí de rumor en rumor. Bradbury se basó en algunos de estos elementos para crear su primera novela, Fahrenheit 451, en octubre de 1953, utilizando una máquina de escribir alquilada de una biblioteca.
En el presente, la labor de su personaje Montag sería mucho más ardua: no solo tendría que rastrear ediciones físicas de libros, sino también blogs, e-books, kindles. ¿Cómo sería su alarma delatora y su encomienda destructiva para estos casos?, ¿cuál sería el criterio punitivo entre best sellers como Harry Potter y Cincuenta sombras de Grey?, ¿arrasaría con los tuiteros con ínfulas de literatos? Tanto trabajo merecería una mejor remuneración económica también.
En el presente, la brigada tendría que elevar el castigo a los lectores, premiar la incultura y a los profesores que obstruyen carreteras. “¡Los libros no dicen nada!, ¡filósofos, pensadores, novelistas todos dicen lo mismo, solo yo tengo razón; los demás son idiotas!” Decía el capitán Beatty, jefe de Montag. ¿Habría algún tipo de reconocimiento para los políticos iletrados que no mencionan sus tres libros predilectos?, ¿cómo se sancionaría a los estudiantes de letras y a los aspirantes de becas gubernamentales? Me pregunto también si se celebraría la actitud de los presidentes que desdeñan los diarios por “solo contener malas noticias”.
En un mundo distópico como el que así se presenta, a los negros no les gusta Robinson Crusoe, a los judíos les desagrada Nietzsche y los que leían a Aristóteles seguramente se sentían superiores sobre quienes no lo habían leído. “¡Por eso hay que quemar los libros!”, repetía Beatty.
Y por el contrario: ¿qué pasaría con aquellos listillos que se jactan de tener un estatus intelectual —tan asociado a la moda hipster y sus petulancias—, ¿irían a la hoguera sin piedad alguna? Para otros como ellos, leer es un asunto de moda y un mecanismo de menosprecio cuando ni siquiera apliquen lo leído para resolver algún conflicto cotidiano o hacer alguna aportación significativa. “Éste es el defecto de los espíritus cultivados, pero estériles; usan palabras en abundancia, pero no ideas; se imaginan haber combinado ideas porque han combinado frases, cuando lo han corrompido al torcer el sentido de las acepciones”, decía George Louis-Lecrec, conde de Buffon, en su “Discurso sobre el estilo”.
El papel de la joven Clarisse, sería la consciencia reprimida o el impulso por salir de la zona de confort y emprender el “viaje del héroe” de Montag al sentir la curiosidad por conocer el contenido de los libros que incendia e intentar remar contra la corriente. François Truffaut tuvo la osadía de llevar esta historia al cine en 1966 aunque… es mejor sumergirse en las páginas sintiéndose acusado del crimen de la lectura.
Su primer aniversario luctuoso fue el pasado 5 de junio, pero Ray Bradbury partió de este mundo dejando una historia de la que siguen brotando más interrogantes al paso del tiempo. Cada país y generación tienen su propio filtro represor y actitudes que se resisten al estudio como medio de avance. Quizá él emprendió un viaje a otra galaxia para experimentar en carne propia sus “crónicas marcianas”, mientras que su bombero aún vaga en la actualidad por la tinta impresa en papel y la implícita palabra “censura” dentro de su trayecto y conversión de villano a héroe.
Según el prólogo para una edición de febrero de 1993, Bradbury escribió: “Lo que ustedes tienen aquí es la relación de un hombre triste, Montag no con la chica de al lado, sino con una mochila de libros. Clarisse, la muchacha, le olió el uniforme a keroseno y le reveló la espantosa misión de un bombero. Eso llevó a Montag a aparecer un día a mi máquina de escribir y a suplicar que le permitiera nacer. ‘Ve —le dije— y vive tu vida cambiándola mientras vives. Yo te seguiré’. Él corrió. Yo fui detrás. Ésta es la novela de Montag. Le agradezco que la escribiera para mí”.
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