¿Qué estarían dispuestos a hacer una horda de fans de U2 hambrientos por un autógrafo cual si fuesen dioses terrenales? La respuesta la obtuve un fin de semana de mayo durante su visita a México en la que desde las 4 de la madrugada hicieron guardia en el exterior del Hotel Saint Regis para ver de cerca las arruguitas que luce Bono a sus 51 años y el poco pelo que le queda a The Edge bajo su inseparable gorra.
Había pasado ya el primer concierto del miércoles 11 de mayo, mucha ovación, euforia, lluvia, apretujones y hasta dedicatoria con todo y lucecitas de celular en el Estadio Azteca a los caídos por la guerra del narcotráfico. Pero aún así no era suficiente para los que asistieron o los que no alcanzaron boleto por las elitistas preventas de clubes de fans y sucursales bancarias; tenían que estar cerca de sus ídolos, de conseguir su autógrafo, intentar tomarse fotos con ellos, tocarlos ¿y por qué no? hasta manosearlos de ser posible.
A las 12:30pm ya pegaba el calor húmedo en la avenida Reforma-donde está ubicado el hotel- que lucía más concurrida de lo usual debido a los puestos de una feria folclórica internacional que se había instalado en los alrededores, lo que provocaba que ciertos sectores cercanos a la Diana Cazadora fueran cerrados, además que una charrería fortuita invadía los carriles principales. A esa hora ya se habían congregado casi 200 personas. Un chico del staff apuntaba nuestros nombres en una libreta con un número respectivo “para llevar un control de la participación”. El mío fue el 193.
...pero parecía que a otros admiradores más apasionados poco les importaban las circunstancias adversas como a Ángel, Luis y Carlos que con solo 15 años habían gastado 5 mil pesos en boletos, obtenido sendas firmas de Bono y The Edge plasmadas en el CD de “No line on the horizon” y haber formado una pequeña colección de viniles ochenteros. “Cuando era más chico mi primer concierto fue el de Alebrijes y Rebujos, pero luego me empezó a gustar U2”. El momento de las confesiones salió a flote para Carlos. Otras como la pequeña Mariana de 14 años afirmaban con orgullo que se consideraban fans “desde que nacieron”, esperaba entregarle un pequeño regalo de cumpleaños a Bono, un tigre de peluche. La acompañaba su papá quien le inculcó sus gustos, acudió al primer concierto del Palacio de los Deportes en 1992 y aún conservaba los boletos, así como los de la gira “PopMart” como pequeñas reliquias.
A medida que avanzaban las horas la masa iba creciendo entre curiosos, fans impuntuales y gente que pasaba por ahí y se detuvo a observar la escena. No faltaban los camarógrafos de Televisa y TV Azteca ávidos de sacar alguna “fuerte declaración”. Se decía que los días anteriores se había armando un tremendo desastre: los fans enardecidos habían provocado la huída de los irlandeses, hubo algunas trifulcas y hasta un fotógrafo de la agencia “Cuartoscuro” fue agredido por un violento joven que trasladaron al Ministerio Público de San Cosme. Todo un coctel de pasiones desbordadas.
Los agentes de seguridad nos miraban con sigilo, nos advertían que ante la más mínima manifestación de escándalo no les permitirían a los irlandeses acercarse a nosotros. Obedecimos como niños regañados por el papá. Desde el staff oficial de vigilancia hasta agentes de tránsito y los típicos “tiras” chilangos-esos que te encuentras en las esquinas-tenían la gran encomienda de resguardar a la banda más grande, y redituable, de la actualidad. La desesperación se acrecentaba, los pies dolían, la espalda también, pero la convicción seguía firme. Mientras tanto, unos miembros de una extraña secta merodeaban entre la multitud y decían que nos olvidáramos del asunto, el 21 de mayo sería el día del juicio final y mejor debíamos prepararnos para ello.
De pronto, a las 4:45pm, la figura del homólogo de César Bono emergió de la puerta de entrada ¡Paul Hewson de carne y hueso se acercó a nosotros! Detrás suyo venía David Evans, su guitarrista de confianza quien se aproximó a las personas que se encontraban más retiradas a un costado de la calle Río Mississippi, o sea lo más impuntuales. El órden se olvidó y los gritos comenzaron a ensordecer los tímpanos…y los empujones también ¡Pun!, ¡chin! ¡cuas! Todos peleaban por sus firmas cuales perros en tiempos de hambruna. El mundo podía estar desmoronándose y ambos firmarían con tal tranquilidad. Parte de la chamba de ser un auténtico rockstar, pues.
“¡The Edge, fírmame aquí!”, ¡”Bono, Bono, Bono!” Ignoro cuantas veces oí los mismos gritos y la cercanía milimétrica de unas pieles con otras. Olvídense de las añejas represiones estudiantiles, ver de cerca a dos de los rockeros más famosos del orbe desatan más pasiones que las marchas del SME. La cordura y los buenos modales se perdieron, el mundo es para los vivos, dicen por ahí. Los agentes de seguridad no se daban abasto. Perdí totalmente de vista a los chicos con los que unos minutos antes había convivido y ahora también intentaban cazar un autógrafo. Me detuve por un instante, desistí de conseguir uno y me conformé con solo mirarlos; los ojos verdes de The Edge se posaron en los míos por unos pocos segundos y percibí su piel rosada, sus facciones angulosas que dieron origen a su famoso apodo…y de Bono detecté su pequeña estatura, sus evidentes arrugas, sus ojos ocultos tras unos coloridos anteojos y su cabeza resguardada por una gorra militar. Parecían hacer caso omiso a la histeria que los rodeaba; se dejaron querer y otorgaron unos minutos de su agenda a los fans impacientes y enardecidos.
Algunos niños lloraban por el tumulto frenético, los agentes de seguridad peleaban con los admiradores que ignoraban sus indicaciones; hurgué en mi bolsa y descubrí que mi cartera había desaparecido. Todo se encontraba en su lugar excepto ella y comencé a preocuparme y a sentirme furiosa.
El saldo fue blanco a pesar de todo, no hubo heridos de gravedad ni detenidos, pero tan pronto como Bono y The Edge abordaron la camioneta hicieron un ademán de despedida y agradecimiento. Algunos fans que lograron su propósito celebraban jubilosos, otros se sentían frustrados por irse en ceros. Quizá el Apocalipsis sí se acercaba como advertían los religiosos que nos rodearon, pero de ser cierto a muchos no les importaría siempre y cuando conservaran un recuerdo de sus artistas favoritos, como tesoros dignos de guardarse en esta vida…y la siguiente.
1 comentario:
y la cartera amá? ...
te digo que escribes bien chido jeje...
un abrazo Miriam!
Publicar un comentario