Publicado en el libro "100 discos esenciales del rock mexicano"
En su cuarto álbum, La Lupita había dejado bailando a Paquita en la disco y emigrado del país de la lujuria para masticar su caramelo ya maduro a finales de los 90, una etapa consolidada dentro de su carrera en que el rock mexicano se encontraba en el pináculo y los mp3 apenas se gestaban en la mente de un adolescente como Sean Parker.
En su cuarto álbum, La Lupita había dejado bailando a Paquita en la disco y emigrado del país de la lujuria para masticar su caramelo ya maduro a finales de los 90, una etapa consolidada dentro de su carrera en que el rock mexicano se encontraba en el pináculo y los mp3 apenas se gestaban en la mente de un adolescente como Sean Parker.
Cuando una banda como ésta alcanza
dos décadas de existencia los caminos comienzan a volverse inciertos, la
bandera de “rock en tu idioma” deja de enarbolarse como una curiosa novedad y la
búsqueda de nuevas generaciones de escuchas resulta indispensable so pena de
estancarse en las glorias pasadas. Desde sus inicios “La Lupe” nunca comulgó
con la imagen oscura de Caifanes, ni la solemnidad de Santa Sabina ni el
folclor de Café Tacuba, sino un estilo propio en el que el que el matrimonio
Rosa Adame- Héctor Quijada compartían la estafeta cantando simultáneamente con
letras desenfadadas.
La alineación original había
sufrido diversos vaivenes desde su debut con la pareja de vocalistas, el
bajista Poncho Toledo, el guitarrista Lino Nava, el baterista Ernesto “Bolo”
Domene y el percusionista Michel de
Quevedo como miembros fundadores. Mientras otras bandas buscaban a finales de
los 80 nombres en inglés, subversivos o
abstractos aquí se plasmaba una fe hacia la Virgen de Guadalupe y una dosis de
urbanidad según una leyenda vista en un camión callejero.
Con “Pa’ servir a usted” (1992) irrumpieron bajo un título a manera de
presentación personal con aires de reverencia, después celebraron que la
belleza pululaba bajo un ambiente de prosperidad con “¡Qué bonito es casi todo!” (1994) y el posterior
éxito comercial de “Tres-D” (1996) que contenía la inolvidable “Ja, ja”.
Pero para ellos el rock no era asunto de risa, sino de subir otro
escalón. Después de surgir de Guadalajara, grabar en los confines de Culebra
records, pisar los escenarios chilangos, trabajar en Londres y colaborar con
gente como Fito Páez y el productor Daniel Melingo, pero sin alcanzar el éxito
comercial a los niveles de la banda de Saúl Hernández, su carrera apuntaba más
allá de “Ja, ja”, probablemente su canción más famosa, escuchada hasta el
cansancio y covereada por grupos amateurs de bares nocturnos.
Este álbum apostaba por la
renovación, su sonido se había adaptado a la última parte de los 90: una mezcla
de ritmos pachangueros, pop, bossa nova y percusiones. Una muestra es el track
inicial “Supersónico”, apto para cualquier pista de baile con la voz del
matrimonio a dueto y un riff agudo que canta: “Ni placer comparado, no hay dolor ni pasado/Todo
encuentra un camino largo sumamente agitado”. La estridente guitarra en
“Quiero, quiero” viene acompañada de una letra en la que Quijada expresa una pasión
vehemente hacia un objeto del deseo
femenino: “Quiero, quiero tu alma, tus manos, tu alma, tu cuerpo, tus
piernas, tus tetas, tus labios”. “La Parca” podría ser una simple canción con
percusiones bailables de no ser por su letra profunda, un homenaje de Rosa Adame a la muerte y a los
momentos efímeros de la vida: “Yo soy la que te marca las horas/ Te digo tú no
eres un Dios/ Los hombres pierden la vida odiando/ Lo que importa es amar”. Después de este
viaje aderezado de fiesta y algarabía aparecen otros temas como para escucharse
en un estado de relajación y un toque de sutil sensualidad como “La pared”.
Otras piezas de alto
octanaje como “El baile de los dragones”, “Vida olvida” “Diva de bar” y
“Antena” conforman este material que a pesar de su calidad no obtuvo un éxito
comercial masivo ya que justo ese mismo año vendría la responsabilidad crucial
de reinterpretar el clásico “Gavilán o paloma”, en el disco tributo a José José
que dejo relegado el trabajo anterior. En 1999 fomentaron sus lazos con “el
amigo de todos los niños”, Chabelo en otro disco homenaje con la canción
“Perrito Maltés” y la compilación de éxitos “Lupitología” (2004).
Los años siguientes
tendrían una transformación decisiva y un silencio en la carrera de La Lupita
después de que Rosa Adame dejara el grupo en 2001 para desviar su camino hacia
la maternidad e incluir nuevos integrantes en sus filas como Luis Fernando
Alejo en el bajo y Paco Godoy en la batería.
A pesar de la
turbulencia, la fuerza de Guadalupe subsiste y quedó evidenciada en el Vive
Latino, 2009 con sus miembros fundadores ante un público más joven que no
compartió sus años durante la cúspide.
Su vela hacia la virgen
morena sigue encendida para los tiempos actuales del rock mexicano. Prueba de ello es su última producción, Te odio.
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