Nueva colaboración en Replicante
Este año la cartelera del Corona Capital estuvo encabezada por
New Order, los sobrevivientes de Joy Division. El Autódromo Hermanos
Rodríguez albergó a miles de personas que regresaron a casa con un sabor
agridulce en la boca.
Un año más las empresas cerveceras se disputan el trono por organizar el festival más polémico, llenar más estadios, vender más líquido y traer a las mejores bandas del momento, como un pequeño Coachella o Lollapalooza. Esta vez el Corona Capital logró la hazaña de juntar a casi toda la alineación original de New Order y convencerlos de tocar en México, como lo hicieron con Portishead el año pasado y The Pixies en su primera edición en 2010. La curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez recibió por igual a grandes melómanos —y simples posers— el 13 y 14 de octubre.
Tachado de estilo hipster y hasta pretencioso, su principal inconveniente fue el incremento de precios para cubrir los dos días de festival y los excesivos cargos que hay que retribuir al “amo de los boletos”. Peor aún con los revendedores que cotizaban las entradas individuales hasta en 1,200 pesos para aquellos que no alcanzaron a comprar en la taquilla o extraviaron o rompieron su boleto por accidente.
Desde el sábado por la tarde se pronosticaba una lluvia que nunca cayó, aunque crecía la expectativa por volver a ver juntos a otras bandas ya separadas, como los ingleses de Suede, que con rolas como “Trash” encendieron los ánimos, ondearon las banderas británicas entre el público y después se imperó la flojera total; los suecos de The Hives derrocharon carisma ataviados de fracs. Su vocalista Howlin’ Pelle Almqvist expresó su entusiasmo en todo momento con un esmerado acento español y una enorme concurrencia nunca antes vista en sus presentaciones anteriores. The Kills hicieron lo suyo como uno de los grupos de moda, con la rubia presencia de Alison Mosshart. León Larregui, acompañado de Adanowsky en la guitarra, tocaron al atardecer como si estuvieran en la cochera de su casa. La aburrición total.
No faltaron los que quisieron sentirse mexicanos por una hora, como Cat Power, que exageró su vestimenta con sarape de Saltillo, escudo nacional y un look de rubia platinada estilo Ely Guerra. Lo peor fue que prescindió de varios de sus éxitos, como “The Greatest”. Craso error y oso mil. Basement Jaxx hizo esperar a su público casi cuarenta minutos para ofrecer un espectáculo de medianoche con cantantes negras disfrazadas de marineras, guitarras, congas y hasta delfines inflables para entretener a sus desvelados seguidores.
Al día siguiente, The Drums y The Raveonettes actuaron frente a un público diferente, acostumbrados a verlos en escenarios más pequeños o como teloneros de bandas como Depeche Mode. Una tarde plagada de música, tabaco, marihuana, sudor, papas fritas de 35 pesos y muchos litros de cerveza de 80, dieron sabor al domingo.
Treinta años después, y muchos kilos y arrugas de más —pero con mucha energía y vigor— entraron en escena Bernard Sumner, Gillian Gilbert, Stephen Morris y el bajista Tom Chapman, quien sustituyó a Peter Hook, para tocar los primeros acordes de “Crystal”. “¡Bailen cabrones! ¡Si no se la saben no mamen!”, gritaban eufóricos algunos asistentes cuando se escuchó “Bizarre Love Triangle” en la presentación estelar de New Order.
“Blue Monday”, una de esas rolas tan veneradas como choteadas y hasta usadas para hacer aerobics matutinos, sonó como una de las cartas fuertes de esa noche de lágrimas nostálgicas y pies ampollados. Su vocalista, Bernard Sumner, se contagió del ambiente y hasta intentó moverse al ritmo de su propia música. Bailar no es lo suyo. Gillian Gilbert permaneció seria e inmersa en sus teclados. El gran ausente fue Peter Hook, separado de sus compañeros y avocado a otros proyectos como solista y disc jockey. Tan sólo el año pasado había actuado en México presentando el disco Unknown Pleasures durante sus días de gloria junto a Joy Division y su finado compañero Ian Curtis. “¡Chinga tu madre, pinche Woody!”, le gritaban al bajista Tom Chapman, quien lo sustituyó esa noche. Otras canciones coreadas fueron “True Faith” y “Perfect Kiss”. Sí hay un culto al cantante que decidió terminar sus días ahorcado en su cocina.
Algunos darks mimetizados entre los hipsters acudieron sólo con la intención de presenciar a los viejos integrantes de la “división de la alegría”, y al escuchar los emotivos acordes de “Atmosphere” los ánimos estallaron rememorando su efímero y trascendental paso por la música. “¡Queremos ver el holograma de Ian Curtis!”, decían en las redes sociales. “Love Will Tear Us Apart” con todo el sabor de los tiempos de “Factory Records” y “Hacienda” de Manchester cerró la velada. El amor nos destrozará, sin duda
El lunes siguiente de resaca, músculos rígidos, pies adoloridos y gargantas rasposas hicieron un “lunes triste” al regreso a las labores cotidianas. La pregunta para el próximo año es: ¿Qué deparará a este festival con la venta de la Cervecería Modelo a la belga Anheuser-Busch? ®
Claroscuro de un festival
Un año más las empresas cerveceras se disputan el trono por organizar el festival más polémico, llenar más estadios, vender más líquido y traer a las mejores bandas del momento, como un pequeño Coachella o Lollapalooza. Esta vez el Corona Capital logró la hazaña de juntar a casi toda la alineación original de New Order y convencerlos de tocar en México, como lo hicieron con Portishead el año pasado y The Pixies en su primera edición en 2010. La curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez recibió por igual a grandes melómanos —y simples posers— el 13 y 14 de octubre.
Tachado de estilo hipster y hasta pretencioso, su principal inconveniente fue el incremento de precios para cubrir los dos días de festival y los excesivos cargos que hay que retribuir al “amo de los boletos”. Peor aún con los revendedores que cotizaban las entradas individuales hasta en 1,200 pesos para aquellos que no alcanzaron a comprar en la taquilla o extraviaron o rompieron su boleto por accidente.
Desde el sábado por la tarde se pronosticaba una lluvia que nunca cayó, aunque crecía la expectativa por volver a ver juntos a otras bandas ya separadas, como los ingleses de Suede, que con rolas como “Trash” encendieron los ánimos, ondearon las banderas británicas entre el público y después se imperó la flojera total; los suecos de The Hives derrocharon carisma ataviados de fracs. Su vocalista Howlin’ Pelle Almqvist expresó su entusiasmo en todo momento con un esmerado acento español y una enorme concurrencia nunca antes vista en sus presentaciones anteriores. The Kills hicieron lo suyo como uno de los grupos de moda, con la rubia presencia de Alison Mosshart. León Larregui, acompañado de Adanowsky en la guitarra, tocaron al atardecer como si estuvieran en la cochera de su casa. La aburrición total.
No faltaron los que quisieron sentirse mexicanos por una hora, como Cat Power, que exageró su vestimenta con sarape de Saltillo, escudo nacional y un look de rubia platinada estilo Ely Guerra. Lo peor fue que prescindió de varios de sus éxitos, como “The Greatest”. Craso error y oso mil. Basement Jaxx hizo esperar a su público casi cuarenta minutos para ofrecer un espectáculo de medianoche con cantantes negras disfrazadas de marineras, guitarras, congas y hasta delfines inflables para entretener a sus desvelados seguidores.
Al día siguiente, The Drums y The Raveonettes actuaron frente a un público diferente, acostumbrados a verlos en escenarios más pequeños o como teloneros de bandas como Depeche Mode. Una tarde plagada de música, tabaco, marihuana, sudor, papas fritas de 35 pesos y muchos litros de cerveza de 80, dieron sabor al domingo.
Tachado de estilo hipster y hasta pretencioso, su inconveniente fue el incremento de precios para cubrir los dos días de festival y los excesivos cargos que hay que retribuir al “amo de los boletos”. Peor aún con los revendedores que cotizaban las entradas individuales hasta en 1,200 pesos para aquellos que no alcanzaron a comprar en la taquilla o extraviaron o rompieron su boleto por accidente.
Sin embargo, la mentada de madre de este año se la llevaron los programadores, que tuvieron la ocurrencia de empalmar a los ex Joy Division con Florence + The Machine. Ambos tocaban el domingo a las 9 p.m. con sólo diez minutos de diferencia. Corría el riesgo de presenciar la que probablemente sería la única visita de los pioneros del synthpop a México y perderse a la flor más bella de Inglaterra en su también primer concierto, y viceversa, así que como coitus interruptus muchos abandonaron a alguno de ellos a medio show para apurarse a ver al otro, del escenario “Light” al “Capital”, o encontrarse a mitad de camino con la atractiva presencia de Modeselector en el “Bizco club”.Treinta años después, y muchos kilos y arrugas de más —pero con mucha energía y vigor— entraron en escena Bernard Sumner, Gillian Gilbert, Stephen Morris y el bajista Tom Chapman, quien sustituyó a Peter Hook, para tocar los primeros acordes de “Crystal”. “¡Bailen cabrones! ¡Si no se la saben no mamen!”, gritaban eufóricos algunos asistentes cuando se escuchó “Bizarre Love Triangle” en la presentación estelar de New Order.
“Blue Monday”, una de esas rolas tan veneradas como choteadas y hasta usadas para hacer aerobics matutinos, sonó como una de las cartas fuertes de esa noche de lágrimas nostálgicas y pies ampollados. Su vocalista, Bernard Sumner, se contagió del ambiente y hasta intentó moverse al ritmo de su propia música. Bailar no es lo suyo. Gillian Gilbert permaneció seria e inmersa en sus teclados. El gran ausente fue Peter Hook, separado de sus compañeros y avocado a otros proyectos como solista y disc jockey. Tan sólo el año pasado había actuado en México presentando el disco Unknown Pleasures durante sus días de gloria junto a Joy Division y su finado compañero Ian Curtis. “¡Chinga tu madre, pinche Woody!”, le gritaban al bajista Tom Chapman, quien lo sustituyó esa noche. Otras canciones coreadas fueron “True Faith” y “Perfect Kiss”. Sí hay un culto al cantante que decidió terminar sus días ahorcado en su cocina.
Algunos darks mimetizados entre los hipsters acudieron sólo con la intención de presenciar a los viejos integrantes de la “división de la alegría”, y al escuchar los emotivos acordes de “Atmosphere” los ánimos estallaron rememorando su efímero y trascendental paso por la música. “¡Queremos ver el holograma de Ian Curtis!”, decían en las redes sociales. “Love Will Tear Us Apart” con todo el sabor de los tiempos de “Factory Records” y “Hacienda” de Manchester cerró la velada. El amor nos destrozará, sin duda
El lunes siguiente de resaca, músculos rígidos, pies adoloridos y gargantas rasposas hicieron un “lunes triste” al regreso a las labores cotidianas. La pregunta para el próximo año es: ¿Qué deparará a este festival con la venta de la Cervecería Modelo a la belga Anheuser-Busch? ®
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