Adiós a la legendaria vida nocturna acapulqueña y a
los paseos afables en la playa. El ambiente social se ha transformado en temor
e inseguridad. Las luces de los antros se han apagado, las noches ya no les
pertenecen a los turistas.
“Buenas tardes, ¿adónde se dirigen?” Un grupo de
soldados inquisitivos de la Marina, encapuchados y armados con ametralladoras,
se acercaron a la camioneta donde viajábamos después de unas compras
dominicales. Sus ojos bajo el pasamontañas nos miraban con recelo a través de
las ventanillas, el retén fue grabado en video. Tras el interrogatorio y al no
encontrar nada sospechoso nos soltaron. La realidad supera cualquier imagen de
los noticiarios.
Los tiempos del “Lost Acapulco” se ven cada vez más
lejanos. Olvídense de la presencia de estrellas de Hollywood como Elizabeth
Taylor, Johnny Weismüller o John Wayne, de los festivales musicales de Raúl
Velasco o hasta de Pedro, Pablo y Paco haciendo
de las suyas en la saga de “La risa en vacaciones”. Uno de los sitios
turísticos más emblemáticos del país también se ha visto ensombrecido por la
presencia de narcotraficantes, tiroteos y el deambular de policías y militares.
Los negocios, hoteles y antros que han resistido el cambio ostentan por doquier
en anuncios y espectaculares la campaña: “Habla bien de aca”, como buscando
disimular a toda costa la catástrofe con la que hay que lidiar diariamente. El
impacto de su festival de cine anual de igual modo se ha menguado.
La última vez que visité este puerto fue en 2008, gocé
de su ambiente nocturno, de las discotecas, de abordar un taxi con menos temor
a encontrar al enemigo merodeando. Hoy, una noche por las calles resulta
silenciosa y solitaria a diferencia de unos pocos años atrás en que la juerga dictaba
la última palabra. Muchos nuevos elementos han modificado su fisonomía: el legendario
tugurio “Tabares” ya no cuenta con colas de ávidos clientes esperando el
acceso, el famoso Tianguis Turístico dejó de celebrarse después de 36 años;
ahora la sangre pavimenta las calles. El recelo y el temor latente a una
balacera fortuita inquietan los sentidos al igual que otras ciudades de México
cuyos usos y costumbres se han trastocado. En el caso de Acapulco, su
peligrosidad resulta considerable, según datos de la Secretaría de Seguridad
Pública, se ubica como el quinto municipio más violento del país con 661
muertes por año y Guerrero como el tercer estado con mayor número de homicidios
después de Chihuahua y Sinaloa.
Una tarde me encuentro bebiendo una cerveza en Punta
Diamante en un pequeño restaurante de mariscos cercano al centro comercial “La
isla”, donde Luis Miguel presta su imagen. El calor húmedo me impregnaba, el
sol me pegaba en la mollera. Mientras daba un sorbo al tarro, un comando de
militares patrullaban las calles en convoys, los soldados enfundados en el
grueso uniforme parecían no inmutarse con las altas temperaturas, me miraban
directamente con sospecha; su presencia incomodaba. ¿Por qué ni siquiera en
esas circunstancias podía beber una cerveza tranquilamente para aminorar el
calor?
El descenso en el turismo también ha afectado a la
región: tan solo este año la cantidad de springbreakers
en los tiempos de Zeferino Torreblanca, bajó de 120 mil en 2006, a menos de 100
en 2011. De 10 pasajeros que arriban, 10 son extranjeros y 3 mexicanos, según
cifras del propio gobierno.
Algunos habitantes no creen que haya sido la
inseguridad el detonante de la baja turística. Ramona, quien ha vivido en el
puerto por más de 20 años considera que la rivalidad con Cancún arrasó desde
hace tiempo con el turismo internacional; mucha de la afluencia hacia Acapulco proviene
de los viajeros capitalinos: “Eso pasó hace mucho, los turistas extranjeros ya
no vienen a Acapulco; esto sólo se sostiene por el turismo nacional”.
Una noche me detuve a observar la playa de Caleta,
otrora pacífica y de hombres y mujeres ondeando libremente sus carnes en
bikini. Advertían que la marea se encontraba en su punto más alto, pero no era
el vaivén y la fuerza de las olas lo que me atemorizaba. Al abandonar la ciudad
abordé un autobús en la central de Punta Diamante, se adentró en la Autopista
del sol, solitaria y oscura; comencé a inquietarme. Sabía que el peligro iba
más allá de las fuerzas de la naturaleza.
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