viernes, octubre 04, 2013

El hechizo de Leonard Cohen

Publicado el domingo 29 de septiembre en el suplemento dominical de Milenio Diario

El hechizo de Leonard Cohen

DOMINICAL • 
El 15 de septiembre pasado se presentó en la 02 Arena londinense el cantautor canadiense, quien a sus casi 80 años aún seduce con su inigualable voz, sus canciones y su música tanto a los fans que lo han seguido desde los años sesenta como a los que apenas lo descubren.

Londres  • Se creía que el espectáculo había terminado, que su vida se dirigía a un monasterio budista, pero el destino —o el desfalco de su ex representante— lo encausó de nuevo en el camino de la música para seguir ofreciendo conciertos alrededor del mundo. Primero había conquistado Manhattan, después Berlín… y en esta ocasión Londres, en el O2 Arena.
“No sé cuando volvamos a vernos, pero esta noche daremos todo lo que tenemos”. Se sinceró Cohen al inicio de su única fecha en esa ciudad para después dirigirse a Holanda y Australia y promover durante el otoño su disco de 2012 Old ideas. América Latina no figura entre sus planes geográficos. Su avanzada edad o sus deseos de dejar el traje y la corbata por la meditación podrían desviarlo una vez más de su vocación musical, como lo hizo a mediados de los noventa. Esa noche le pertenecía y debía enamorarla y atraparla con su mejor arma: su voz.
Durante esos días la capital británica se encontraba envuelta en frío, lluvia, noticias sobre la amenaza de invasión a Siria y el estreno de la película biográfica de Diana de Gales y la escandalosa monarquía fecunda en chismes. El turismo vertiginoso y omnipresente invadía por doquier la ciudad pese al mal clima y al fin de la temporada alta. Se trataba de un 15 de septiembre en que México celebraba su Grito de Independencia y escuchar a Cohen en el Reino Unido resultaba lo menos patriótico. Tal vez sus vetustos y fieles seguidores deberían agradecer a Kelley Lynch, su ex mánager, por fugarse robándole todo su patrimonio y obligándolo así a volver a los escenarios a recuperar su estatus y ganarse el derecho de ser monje.
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“Dance me to the end of love” fue el primer tema que brotó de su experimentada garganta para verter las lágrimas de algunos asistentes y ya no detenerse en las siguientes tres horas. Inició a las 19:45 de la noche y a las 22:20, tras 27 canciones, el desenlace parecía nunca llegar. En el Distrito Federal, The Cure logró una hazaña semejante durante su presentación en abril en el Foro Sol. Cohen tiene 25 años más que Robert Smith y es capaz de emprender un concierto de largas proporciones, aunque con 39 minutos de intermedio. Sin deseos de despedirse de una ciudad donde sus recitales han sido numerosos, pero cada vez más esporádicos. En México nunca ha habido atisbo alguno de sus luces… y todo parece indicar que nunca lo habrá.
El cantante canadiense luce brioso a sus 79 años, que cumplió el 21 de septiembre pasado. De frágil apariencia, pero con una voz poderosa capaz de conmover y excitar a una audiencia de edad madura en su mayoría. No se trataba de un concierto convencional de rock, ni se dirigía a jovencitos que en circunstancias mexicanas harían todo tipo de escándalo. Nada de estridencia o barullo… al menos hasta la segunda mitad, después del intermedio, cuando la euforia explotó y algunos le gritaban palabras como “I love you!”. Otros más imitaban su indumentaria y los sombreros negros y corbatas predominaban. Los ingleses veteranos son flemáticos y serios y necesitan un poco de cerveza para explayarse y dejar a un lado la timidez, a diferencia del público más juvenil y desenfadado que lo recibió en la primavera de 2008 durante su presentación en el Festival Coachella de Indio, California, justo en su periodo de regreso. Galardones como el Príncipe de Asturias de las letras le aguardaban para su acervo tres años después.
No son “viejas ideas”, sino una renovación en su carrera y una serie de nuevas canciones que esperaban ser tocadas y rememoradas a la par de sus antiguos himnos como “Hallelujah”, “Take this waltz” o la perenne “Suzanne”. En Old ideas se pueden encontrar temas de alta factura y sofisticación como la inicial “Darkness” o “Come healing” y sus dulces coros femeninos y baladas portentosas como “Going home” y “Amen”: “Tell me again when I’m clean and sober/ Tell me again when I’ve seen through the horror/ Tell me again, tell me over and over/ tell me that you want me then/ Amen, amen”. (Dímelo de nuevo cuando esté sobrio y limpio, dímelo de nuevo cuando haya visto el horror, dime una y otra vez que me deseas. Amén).
Cohen no es inglés ni un rocker irreverente, pero ha sido una fuerte influencia para muchos de ellos y otros de sus contemporáneos que han estado a punto de alcanzar su edad en condiciones más extremas y libertinas como los Rolling Stones. Bandas como U2 o REM le han rendido pleitesía en álbumes como I’m your fan (1991). Otros longevos han ofrecido conciertos recientes en tierras británicas, como Roger Waters con una nueva faceta de la gira The Wall, también Neil Young y Bruce Springsteen. Tal vez de no haber muerto 20 años atrás, su coetáneo Serge Gainsbourg hubiera llegado a su mismo nivel. Canadá ha seguido presente en la escena con artistas más noveles como Justin Bieber, Grimes y la banda Arcade Fire para públicos distintos, juveniles o hasta hipsters que no pueden soslayar la imagen de su padrino aunque sin compartir la misma corriente musical.
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¿Qué nos mueve hoy a ver a Cohen si tampoco se trata del artista de moda ni se ha reajustado a las nuevas tendencias para complacer a la juventud? Quizá solo sea un poco de nostalgia, el apreciar una obra maestra hecha por un auténtico artista o simplemente la sensación de saber que en cualquier momento será la última vez que esté de pie, cantando y llenando estadios por no módicas cantidades de dinero —como un boleto de 70 libras esterlinas— y un viaje de más de 11 horas en vuelos impredecibles y aerolíneas con servicios cuestionables. Escucharlo implica entonces un precio más allá de lo económico, pero una enorme recompensa, como un rito de paso.
El O2 Arena tiene grandes dimensiones, hubiese acogido uno de los conciertos de la gira de despedida de Michael Jackson, programada en julio de 2009, de no ser por su sorpresiva muerte. Para llegar se requiere utilizar el metro (underground, como se le llama en Londres) y bajar en la estación North Greenwich, que pese a la lluvia y el frío es ágil y ordenado recibiendo multitudes. En septiembre también se esperaba la reunión de Fleetwood Mac en ese mismo recinto, pero Cohen lo transformó esa noche en un lugar pequeño e íntimo, como la sala de una casa en la que se reúnen viejos amigos que han dejado de frecuentarse.
En algunos intervalos aprovechó para recitar varios de sus poemas en un ambiente de calma, melancolía y un toque de sutil sensualidad. “Like a bird on a wire, like a drunk in a midnight choir, I have tried in my way to be free”. (Como un pájaro sobre un cable, como en borracho en un coro de medianoche trato de encontrar la manera de liberarme”). Palabras de “Bird on a wire”.
Las canciones de este canadiense emanan sentimientos encontrados. Aunque mantiene poco contacto visual con el público, se postra hacia él a manera de reverencia, lo que denota su pasión y agradecimiento. “Gracias por no irse a su casa”, decía. Cohen tiene un seco sentido del humor para bromear, puede ser gracioso sin perder un ápice de seriedad. “¿Creen que esto es lo mejor que puedo hacer? ¡Pues entonces vean esto otro!”. Se refería a su impetuosa manera de tocar el teclado con el codo mientras el público inglés estallaba en risas y celebraba su jocosidad. Sus años no son obstáculo si de hacer un chiste se trata… ni la distancia que hay entre México y Gran Bretaña en presenciarlo. “Everybody knows” es recordada por las escenas de la película Exotica en que la actriz Mia Kirschner bailaba en uniforme de colegiala y la voz de Cohen fungía de leit motivacompañándola.
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El amor y las mujeres son otra pieza fundamental de su trayectoria, canciones y musas que han recorrido su vida como “Suzanne”, inspirada en Suzanne Verdal, esposa del escultor Armand Vaillancourt y “So long, Marianne” creada por la influencia de Marianne Jensen, “la mujer más hermosa que había conocido” y a quien encontró a su paso por la isla griega de Hydra en su transición de poeta a cantante. De su relación con la actriz Rebecca de Mornay parece no quedar rastro u homenaje… ni de su carrera fílmica, aunque sí del recuerdo de Janis Joplin y su tema “Chelsea hotel”.
La banda que acompaña a Cohen en esta gira está formada por músicos de diferentes nacionalidades, poco conocidos pero diestros y experimentados, como el bajista estadunidense Roscoe Beck, las coristas de voces profundas y envolventes: Sharon Robinson y las hermanas inglesas Charley y Hattie Webb; el guitarrista español Javier Mas, el moldavo Alexandru Bublitchi, a quien se dirigía como “el mejor violinista del mundo”, y el percusionista Rafael Bernardo Gayol, originario de la Ciudad de México y criado en Los Ángeles, quien ha participado en grupos como Tito & Tarantula y bandas sonoras de películas como Sin City Kill Bill vol. 2. Algunos más jóvenes que otros y unos de nuevo ingreso que ha conocido por festivales como San Remo. En esa noche de recuerdos y novedades sus hábiles instrumentos tocaban por igual las notas clásicas de “I’m your man”, “Tower of song”, “First we take Manhattan” y “Lover, lover, lover” como de las recién estrenadas que buscan trascendencia.
¿Qué será de la vida de Leonard Cohen en los años siguientes cuando cruce el umbral octogenario? Tal vez sea el azar, las malas jugadas, sus fracasos amorosos y engaños de mánagers traicioneros lo que lo han llevado a seguir obteniendo triunfos ahora, más allá de su vieja utopía mediterránea de los sesenta de vivir escribiendo poesía en una isla girega. Aún así, hoy demuestra que el poder de su voz todavía es capaz de hechizar y provocar el llanto y la alegría de algunas mujeres conmovidas por su fuerza presente. El tiempo no pasa en vano, pero él sigue siendo “Nuestro hombre”.

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