miércoles, marzo 31, 2010

Esto no es Magritte



"Detesto mi pasado y el de los demás. Detesto la resignación, la paciencia, el heroísmo profesional y todos los bellos sentimientos obligatorios. Detesto también las artes decorativas, el folclor, la publicidad, la voz de los locutores, el aerodinamismo, los boy scouts, el olor a gasolina, la actualidad y las gentes saciadas. Me gusta el humor subversivo, las pecas, las rodillas y los largos cabellos de mujer, la risa de los niños pequeños en libertad; una chiquilla por la calle. Deseo el amor vivo, lo imposible y lo quimérico. Tengo miedo de conocer exactamente los límites”.

Éste era uno de los manifiestos por los que se regía el pintor belga René Magritte y muchas de estas aversiones y apegos los plasmó en su obra artística desde la década de los 30 hasta los 60.

¿Qué otras cosas amaría o detestaría Magritte de saber que su trabajo se está exhibiendo actualmente en México en pleno 2010? ¿O si supiera que en Nueva York un engendro extravagante como Lady Gaga amenizó su inauguración mientras que otro como ¡Gloria Trevi! hizo lo propio en Bellas Artes?

Por haber estudiado en la Tisch School of the Arts de Nueva York, ella se jacta de tener una aguda percepción del arte y cree estar ya al nivel de presentar a uno de los pintores más abstractos y filosóficos del siglo XX sin que le tiemble la mano. Quizá la Trevi cree que su etapa estrambótica de “Doctor Psiquiatra” es afín al discurso, ejem, “subrealista” (sic). Sólo me pregunto si la Gaga le habrá dedicado a Magritte Poker Face, con eso que a los hombres con quienes mantenía relaciones sexuales no podían leer su cara de póquer, cual acertijo indescifrable, como su obra misma. ¡Bingo!

La entrada a la exposición cuesta 45 pesos y las expectativas por verla son grandes sin saber que se puede hallar más surrealismo del que parece. Encontrar la primera galería resulta una confusión; en el primer piso de Bellas Artes hay una sala con un fondo negro y letras naranja fosforescentes donde se lee: “El mundo invisible de René Magritte” en que casi todos los visitantes cometen el error de meterse. Sin embargo, si quieres ver la exposición desde el inicio debes subir un piso más. Ahí vamos. ¿Por qué no comenzar desde el punto más práctico?

“Oiga, ¿cuál es la sala siguiente?” preguntamos a las vigilantes que pululaban por doquier, más al acecho de algún listillo que osara tomar una fotografía, que en orientar al visitante. Unos meses atrás había tenido la oportunidad de observar la obra de Magritte en el Museo de Arte Metropolitano y en el de Arte Moderno de Nueva York y nadie había impedido tomar fotos, siempre y cuando no llevaran flash, pero acá, ni eso. La secuencia de las salas también es confusa y no hay ningún indicador que señale el trayecto, como si por haber apreciado las primeras obras te sintieras inmerso en uno de esos laberintos mentales. También hay ciertos errores de cronología, cuadros de la segunda etapa artística se exhiben en la tercera etapa y así por el estilo, ¿error del museógrafo?

Para escuchar a detalle la obra está a disposición una especie de Ipod especializado en narrar la semblanza, bueno, siempre y cuando desembolses otros 50 pesos y no te tardes más de dos horas en utilizarlo, porque de lo contrario suena una alarma que indica que el tiempo de préstamo se ha agotado y debes devolverlo inmediatamente. El recorrido dura aproximadamente 90 minutos. ¿Sería acaso tiempo suficiente para cuando la sala se sature de visitantes? En este caso nos excedimos y en el último tramo, ¡riiiing!, se apagó justo cuando estábamos por conocer la historia del famoso cuadro “El hijo del hombre”, donde aparece un tipo con una manzana verde en la cara. ¡Qué pena!

En ese mismo espacio de la etapa más artísticamente madura de Magritte se encuentran “La Golconda” y “El hada ignorante” que llamaron poderosamente mi atención. “Bueno, si ya no hay audio al menos a apuntar en la libreta”, pensé. ¡Craso error! Se acercó otra de las vigilantes omnipresentes y dijo: “Disculpe, señorita, pero está prohibido inscribir” (sic). ¿De cuando acá en una exposición de arte no se puede tomar apuntes, bueno “inscribir”, como mencionó la chica de seguridad?

Sí, Magritte tenía razón en que gustaba del humor subversivo o involuntario. Desorden en la secuencia de las salas, no fotos, no apuntes, vigilancia suspicaz y excesiva. André Bretón tampoco se equivocaba en señalar a México como lo que es... ¡más “subrealismo”, por favor!

Gracias a este artículo un lector me dijo que era insufrible, que escribía puras mamadas y que era una conocedora del lumpen por encima del lumpen (?!) Todo eso ya lo sabía.

Publicado hoy en Milenio Diario
en la sección "El Ángel Exterminador"

http://impreso.milenio.com/node/8743664

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